Pensamos que amamos a los demás (prójimo) simplemente porque no les hacemos nada
especialmente malo, aunque luego vivamos de un modo egoísta,
despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses. El relato evangélico nos recuerda que no podemos comer tranquilos
nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres y mujeres
amenazados de tantas «hambres». Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos
de oír las palabras de JESÚS: «Dadles vosotros de comer».
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